La grandeza del fútbol quedó patente una vez más el pasado martes en el Bernabéu. El humilde Real Unión, de Segunda División B, llegaba al estadio blanco tras la proeza del 3-2 de la ida y tomándose el partido más como un premio –jugadores cámara en mano inmortalizando cada rincón del coliseo “merengue”- que como una opción real de pasar a octavos. Nunca una victoria había dolido tanto en Chamartín en los 106 años de vida del conjunto blanco.
El Real Unión tiró de orgullo y dejó en evidencia las carencias del conjunto de Schuster. El cabezazó de Eneko Romo, allá por el minuto 90, con el Madrid clasificado, enmudeció al Santiago Bernabéu, que veía como la Copa, una vez más, se volvía a esfumar. El equipo vasco, sin complejos, tuteó al Madrid y esculpió con letras de oro su hazaña en el torneo del KO. La afición madridista, eso si después de abroncar a sus jugadores por tal ridículo, no dudó en ovacionar al conjunto de Segunda B, que todavía vive en una nube.
El Madrid siempre estuvo condicionado por el resultado, por su horrible defensa y por la escasa ambición de un equipo en el que sólo unos pocos jugadores defendieron la camiseta y dieron la cara. El tortazo que le propinó el real Unión fue de los que hacen historia y dejan en la cuerda floja al entrenador de un equipo adormecido. Los de Schuster estuvieron dos veces por detrás en el marcador, se confiaron en el momento en que aseguraron la prórroga y mas tarde, con el gol de Romo se quedaron sin tiempo de reacción final.
El Real Unión tiró de orgullo y dejó en evidencia las carencias del conjunto de Schuster. El cabezazó de Eneko Romo, allá por el minuto 90, con el Madrid clasificado, enmudeció al Santiago Bernabéu, que veía como la Copa, una vez más, se volvía a esfumar. El equipo vasco, sin complejos, tuteó al Madrid y esculpió con letras de oro su hazaña en el torneo del KO. La afición madridista, eso si después de abroncar a sus jugadores por tal ridículo, no dudó en ovacionar al conjunto de Segunda B, que todavía vive en una nube.
El Madrid siempre estuvo condicionado por el resultado, por su horrible defensa y por la escasa ambición de un equipo en el que sólo unos pocos jugadores defendieron la camiseta y dieron la cara. El tortazo que le propinó el real Unión fue de los que hacen historia y dejan en la cuerda floja al entrenador de un equipo adormecido. Los de Schuster estuvieron dos veces por detrás en el marcador, se confiaron en el momento en que aseguraron la prórroga y mas tarde, con el gol de Romo se quedaron sin tiempo de reacción final.
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